Al final de Peter y Wendy, la niña le promete a Peter Pan que no crecerá, que será una niña para siempre.
Unos años más tarde conocemos a otra niña. Ruth Kenthon tiene 13 años, lee a todas horas y vive en Londres. Una noche la despierta la inesperada visita de un niño en busca de su sombra perdida. Ruth, su hermana Kate y Peter emprenden el viaje a Nunca Jamás, el lugar ideal para afrontar el miedo a crecer, al olvido, al amor y a la muerte. ¿Puede la promesa de una niña dictar el destino del País de Nunca Jamás? ¿Es verdad lo que cuenta Peter sobre la isla? ¿Quedan piratas por combatir e indios a quienes salvar? En la traición de Wendy se encuentra la clave de todas estas preguntas, pero como Wendy haya crecido no habrá vuelta atrás.
Una novela oscura que ofrece múltiples preguntas y respuestas, sorpresas, lágrimas y corazones encogidos.
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martes, 27 de octubre de 2020

Cuando mueren los libros

 He pospuesto esta entrada del blog porque era demasiado triste,

A principios de año, antes del Covid, pasaron dos cosas:

Por un lado, me escribieron de la editorial Berenice para anunciarme que, tras diez años de la edición de La traición de Wendy con ellos, iban a descatalogar el título y el libro estaría fuera del mercado, aunque a cambio yo recuperaría los derechos de edición del mismo.

También aquel enero ya lejano viajé a Londres y, después de tanto tiempo, decidí releer mi primer libro en el vuelo. Fue una experiencia muy curiosa: gracias al paso del tiempo, resultaba extraño leer esas palabras escritas por un yo joven e inexperto, ahora que podía hacer una lectura analítica y más exigente del mismo. Al fin y al cabo, resultaba como leer el libro de un extraño. Recuerdo que lo devoré, que me di cuenta de que el ritmo era magnífico y había algunas ideas estupendas que no recuerdo haber tenido nunca. Me gustó ese libro escrito por el Jose joven e inexperto.

 Hay libros que son eternos. Generación tras generación, enamoran a lectores y vuelven a editarse y reimprimirse a pesar del tiempo, la censura, las modas. Es el caso, sin ir más lejos, de Peter Pan.

En estos diez años que median entre mi primera publicación y estas palabras he escrito mucho, he publicado muchas historias. Sigo escribiendo, pero La traición de Wendy sigue ocupando un lugar muy especial en mi corazón. Por eso este anuncio a comienzos de año me provocó tal desazón. Cuando mueren los libros, las editoriales los destruyen; traté de recuperar un buen puñado de ejemplares para mí, pero en definitiva el libro se encuentra fuera del mercado.

Diez años de viaje, no ha estado mal. Ahora cabe preguntarse cuál será la próxima parada...

Hyde Park, enero de 2020

Hyde Park, enero de 2020

sábado, 22 de enero de 2011

Resucitarlos

No hablaré de zombies, fantasmas y otras falacias. Voy a hablar de libros. De sus cortas vidas, de su tristeza. Hay en el mundo miles de millones de libros que no tenían que haber nacido. Libros que alguien compró, leyó y dejó en un estante, y ahí están. Libros que ni siquiera leyeron y están en su estanque. Libros maquetados para decorar estanterías, a cuyos secretos y tesoros permanecerán ajenos sus dueños. Mientras tanto, hay en el mundo miles de millones de personas que no saben o no tienen la ocasión de poseer un libro.

Siento fascinación por las bibliotecas. Esos templos de papel llenos de libros aventureros, vividos, sufridos. Libros que la gente ha leído y releído, que han acompañado a gente a viajes maravillosos. Yo los he llevado por compañeros de viaje a Swansea, a Budapest, a Bristol…a todas partes. He leído libros enteros en trenes y aviones. Les he devuelto la vida, los he impregnado de olores y manchas. Porque estoy de acuerdo en que los libros nuevos huelen bien a papel y cloro, a tinta… menuda fragancia. Pero los libros de las bibliotecas son especiales. Esos, y los de las tiendas de intercambio. Ayer mismo descubrí una en Granada y no olía asépticamente como las cadenas de librerías y los grandes almacenes. Ahí olía a libros que habían sudado, guardado polvo, viajado más que yo, libros que habían desgarrado el pecho de personas a las que nunca veré, libros que han conocido a gente que ya murió hace tiempo… es maravilloso.

Muchos de esos libros, además, están manuscritos. Y doblados, y rotos, y sucios… Desde luego, no seré yo quien afirme que eso está mal. Me gusta a veces encontrar libros en la biblioteca que tienen notas de otros lectores, e incluso impresiones al comienzo o al final. Yo también lo hago si un libro me marca. Lo hice con Matar un ruiseñor y El guardián entre el centeno, por ejemplo. Escribí algo en ellos, reforcé algunas de las notas y corregí ciertos comentarios. En un acto de vanidad sin precedentes, vi el ejemplar de La traición de Wendy que hay en la Biblioteca de Granada y lo cogí para comprobar si alguien lo había leído. No recordaba que en las bibliotecas de la ciudad ya no se estila la fichita con todos los lectores en primera página, pues ahora todo se ha automatizado (menudo aburrimiento, qué poco romántico). No obstante, cuál fue mi sorpresa al encontrar marcas de lápiz en la nota aclaratoria del comienzo. Al principio me indigné, pues pensé que esas líneas eran comas donde yo había puesto puntos (sé muy bien que en ocasiones abuso de las frases lapidarias y cortas). Así pues, eché un vistazo por encima para verificar si había más escritos. No encontré nada hasta la última página, donde en la esquinita superior izquierda alguien había escrito una serie de números. No hay que ser ningún Einstein para saber que los números remitían a las páginas del libro, y en todas esas páginas encontré señaladas pequeñas citas que a alguien le habían parecido curiosas, o interesantes o imprescindibles, nunca lo sabré. Yo no creía en eso de las citas de los libros hasta que empecé a señalarlas. El resultado de la búsqueda en La traición de Wendy es el siguiente, página a página:





• 7: “Pero hay dos corrientes: la pesimista dice que si todo está hecho, para qué intentarlo; la optimista dice que todo es una copia, una compilación de cosas que ya existían.”

• 51: . “De algún modo se dio cuenta de que las lágrimas también se agotan con el abuso.”

• 123: “nunca os amilanéis delante de un hombre porque en las mujeres está la vida.”

• 164: “Alguien dijo que Dios no debería permitir que nadie muriera si no era en un día de lluvia, porque son los únicos lo suficientemente tristes para cargar con el peso de las muertes.”

• 188: “Las promesas, ésas son el único tipo. Si una promesa se cumple, es una promesa. Si no se cumple, no existe y por tanto no es nada. Las promesas se hacen para cumplirse. Si una promesa se cumple, es. Si no, no es promesa ni es nada.”

• 231: “A las personas que cuando de niños leen mucho sólo les quedan dos opciones en la vida: volverse locos o escritores, que es una forma camuflada de locura.”

Como veis, citas para todos los gustos. La cuestión no está en la improbable calidad de éstas, sino en el mismo hecho de que existan, de que alguien se haya tomado la molestia de hacer de la novela una parte de sí misma, un apéndice que le devuelve la vida a un libro que, de no ser por sus lectores, estaría abocado a tragar polvo por los siglos de los siglos, y no hay cosa más triste que un libro en toda su capacidad al que tratan de inútil.

Por eso desde aquí os animo a que compartáis vuestros libros, los prestéis a amigos, los regaléis una vez leídos (yo llevo dos años regalando para Navidad y cumpleaños mi monstruosa [en todos los sentidos] biblioteca con tal de darles una segunda vida a mis pequeños amigos de papel). Es tan fácil como eso, o ir de vez en cuando a la biblioteca, llenar la mochila de libros y llevarlos al parque, a casa, a clase… en definitiva, a que vean mundo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Entrevista en La Biblioteca Imaginaria

Os redirijo a ella, que les ha quedado muy mona. Reincido en el entusiasmo de Pedro, el autor de la entrevista y de la reseña que colgué antes. Para llegar a la entrevista, clicad aquí

lunes, 18 de octubre de 2010

El dulce despertar de Wendy

La dulce Wendy abrió los ojos y se los restregó tras el largo sueño. Entonces recordó. Recordó a Peter Pan, a su hija Jane, recordó Nunca Jamás y que se encontraba enterrada. Ni siquiera intentó patalear o romper la lápida. Se despegó la tela del pecho y pensó en cosas alegres. Así era Wendy. Muerta como llevaba años, enterrada en el límite del Gran Desierto de Nunca Jamás, ausente, en lugar de aterrarse y gritar y arañarse la cara como hacían los demás, pensó en amapolas y besos y rayos de sol. En el olor a pan. En los cachorros de Nana. A veces suceden acontecimientos tan extraordinarios que van más allá de la lógica. Nunca Jamás era gris, puedes verlo cubierto de ceniza, sin árboles, sin animales, sin hadas… Es un sitio frío y horrible. Pero en algún lugar, en el capullo de una margarita que aún no ha florecido un hada chiquita, muy pequeñita, nace. Es verde y apenas brilla. No tiene nombre aún. Las hadas no deben tener nombre, porque cuando reciben un nombre pierden un poco de su magia. Pero esta hada es distinta: como ha nacido en una situación tan especial, le pondremos nombre. Sándalo. Se llamará así. A su paso va dejando un leve rumor, un olor delicado y extraordinario a sándalo. El olor atrae a las demás hadas. A las viejas, que llevan ocultas años entre la hojarasca junto a los ratones, y a las jóvenes, que viven en gotas de agua y forman el rocío cuando la magia se lo permite.
            Por primera vez en años comienza el Desfile de las Hadas. Atraviesan el bosque con ruido y jolgorio, como si estuvieran —que lo están— un poco borrachas. Lo van manchando todo de color y algunos animales abren los ojos y sonríen. “Hola, señor zorro, bonito pelaje naranja”. “Señor hurón, sonría un poco más y quítese las gafas, que han vuelto las hadas”. Abandonan el bosque y cruzan tooooooooodo el desierto con los surcos que van dejando, como un puñado de puntos suspensivos.
            No tardan en encontrar a Wendy, pues es la única persona en Nunca Jamás capaz de pensar en cosas alegres. Pastas de mantequilla, una gramola, libros llenos de dibujos, caracolas que hablan del mar, cosquillas, fresas maduras, zumo de uva, más cosquillas…
            —¿Y Campanilla? —preguntó Wendy a Sándalo, pero éste no la conocía. Y es que aunque Wendy y el hada luminosa habían tenido sus rifirrafes, en el fondo eran buenas amigas porque ambas querían al Niño Eterno.
            Wendy le dio una patada pequeña a la losa y ésta cedió, pues las hadas tiraban de ella con tanta fuerza que hasta lanzaban chispas. Parecían fuegos de artificio. Entonces les preguntó por los niños y Hada Madre se acercó y murmuró algo a su oído. Los ojos de Wendy se abrieron muchísimo, como si le hubieran contando una sorpresa estupenda.
            —¡Pues llevadme con ellos a más tardar!
            Las hadas, además de ruidosas, son muy desorganizadas. Cada una empezó a tirar del vestido de Wendy en una dirección contraria. A ella le entró la risa hasta que se fijó en Sándalo, tan chiquita y tímida como era, que se había colocado en la punta de su nariz y la hacía bizquear.
            —Tú me llevarás con ellos.
            —¿Yo? —dijo Sándalo muy halagada, y se puso un poco roja.
            —Vamos, llévame.
            La guiaron hasta un arroyo donde pudo darse un baño y jugar con los salmones y las truchas que hacían años que no veían unos pies a los que hacer cosquillas. Wendy se recogió el pelo —lo tenía larguísimo— en una trenza que liaron dos hadas, pero se dejó un bucle en la frente, como esos mechones que se les escapan a las niñas cuando llevan un rato jugando.
            —Vaya, recuerdo este río. Es el… ¡el Riachuelo de Kidd! ¿Qué otro podría ser, claro está? Veníamos a chapotear aquí con los Niños Perdidos y con Peter…
            A pronunciar este nombre las hadas se callaron y quedaron suspendidas en el aire: la que estaba a dos palmos del agua seguía a dos palmos del agua, la que patinaba sobre un junco ahí estaba, como si le hubieran pegado los pies, y la que se había enamorado de una mosca ahí estaba, abrazada a su moscardón negro.
            Wendy, al ver que las había asustado, silbó una cancioncilla que sabía de niña. Las hadas se pusieron a silbar con ella: las había que desafinaban tantísimo que se tenían que tapar los oídos ellas mismas, y también a las que nadie les había enseñado a silbar y sólo hacían pedorretas. Sándalo, por ejemplo, infló los carrillos, apretó los labios, cerró los ojos y sopló:
            —¡Prrrffuffiuffff…Zrrrrom!
            —¡Pero qué pedorreta más bonita! —exclamó Wendy, y todas las hadas empezaron a reír. —¡Oye! ¿Se puede saber qué haces?
            Un hada trataba de confundir a su sombra, que ya se alejaba por otro camino. El hada se encogió de hombros, le lanzó un par de besos y colocó a la sombra donde le correspondía, bien pegada a los pies de Wendy. Pasaron junto a un membrillo con unos frutos enormes, aunque no se atrevió a probarlos, ya que Wendy era buena conocedora de la acidez de una mala fruta.
            —¿Se oyen voces?
            —¡Niños! —dijo un hada, y todas lo repitieron. —¡Niños! ¡Niños! ¡Niños! ¡Niños! ¡Niños! ¡Niños! ¡Niños! ¡Niños!
            —¡Guiños! —dijo Mamá Hada, que estaba algo sorda.
            Efectivamente, eran niños del poblado. Niños Perdidos, no podían ser otra cosa. Vestían con pieles y llevaban la cara y los brazos manchados de barro y carbón. A Wendy se le aceleró el corazón bajo el pecho. Niños después de tanto tiempo. Wendy corrió hacia donde estaban ellos, pero al verla las cosas se torcieron. Empezaron a gritar y a correr hacia todas partes con gesto aterrado.
            —¡No corráis! ¡Soy Wendy, soy yo! ¡He vuelto! ¿Nadie se acuerda ya de mí en Nunca Jamás? —dijo Wendy, y sus ojos se inundaron de lágrimas.
            —Eres una mujer. Y estás muerta —dijo un niño rubio con ojos de auténtico pavor.
            Wendy se miró bien las manos y las encontró huesudas y muy blancas, y se miró las piernas y no podía ver más que el hueso y heridas sobre la piel. Y no sólo eso. Se tocó el pelo y lo notó, ya seco, muerto y desvaído. Empezaron a caer mechones. Y le faltaban dientes, y en la nariz no tenía carne, sólo hueso. No le extrañaba que se hubieran asustado tanto.
            —Pues la magia de Nunca Jamás me ha traído para algo —explicó, y les tendió la mano huesuda. —Además, tengo un hambre… ¿Dónde quedó la hospitalidad de los Niños Perdidos? Traedme ciruelas y uvas, y unos huevos y un trozo de pavo bien asado.
            Los niños comenzaron a correr en todas direcciones, y en menos de un periquete le tenían preparado un bodegón propio de un pintor flamenco. Wendy se metió una manzana en la boca, y al morder se le descolgó la mandíbula, pues el hueso estaba disuelto. Se le quedó una cara horrenda, de monstruo, pero se colocó la mandíbula con las manos y gritó:
            —Con este manjar me habéis dado una sorpresa que se me ha abierto la boca demasiado.
            Entonces todos rieron, y comprendieron que Wendy era buena. Esa noche, antes de dormir, ella les contó una historia, la historia de unos ratones. El Señor Ratón estaba preocupadísimo porque a la Señora Ratón no le gustaban nada las raíces, sólo los frutos, así que se tenían que mudar, pero él tenía vértigo y un pánico terrible a las alturas. La Señora Ratón se cansó de los tallos y raíces y le dijo que ahí se quedaba, con los señores Topo. Pasaron los días y él sólo podía pensar en ella.
            —Y entonces decidme qué creéis que pasó —preguntó Wendy, aunque casi todos los niños ya estaban dormidos.
            —Que el Señor Ratón se casó con la señora Topo —dijo uno.
            —El Señor Ratón rascó mucho, tanto que se comió todas las raíces del árbol donde vivía ahora la Señora Ratón, y el árbol cayó y pudieron estar juntos en un árbol sobre el suelo para siempre.
            A Wendy eso le encogió el corazón, no porque fuera demasiado sensible. Sencillamente ese mismo final era el que siempre contaba Jane antes de dormir. Wendy empezó a llorar y a llamar a Jane a gritos, y los niños se despertaron y empezaron también a llorar y a llamar a Jane a gritos.
            —¡Silencio! —dijo una voz.
            Todos miraron al claro de donde procedía ese grito. Peter Pan estaba ahí, con su espada en el cinto, su traje de hojas y los brazos en cruz.
            —¡Peter…!
            —Vaya, Wendy, así que nos volvemos a ver.
            —Peter Pan, ¿dónde está Jane? Ayúdame a encontrarla.
            —Yo no sé quién es esa Jane, y aunque lo supiera nunca ayudaría a nadie a encontrar a una niña estúpida.
            —Por favor, Peter. Sé que la trajiste aquí. Me lo han dicho las hadas.
            —Esas chivatas… No te fíes de ellas. Y repito lo que te dije: no conozco a Jane. Nunca Jamás sólo ha sido pisado por una  niña, y ésa eres tú, Wendy Darling.
            —¡Miente, miente como un bellaco! —dijo uno de los Niños Perdidos. —A traído a muchísimas niñas.
            —¿Alguna se llamaba Jane? —preguntó Wendy entre sollozos.
            —¿Alguna se llamaba Jane? —repitieron los Niños Perdidos entre sí.
            —Una se llamaba Jane. La primera se llamaba Jane —respondió un niño.
            —¿Mi Jane? ¿Era mi Jane, Peter Pan? —preguntó, desesperada.
            —¡No conozco a ninguna Jane! Aquí sólo has venido tú, Wendy… —al pronunciar el nombre bajó el tono de su voz —… la Única Niña que Pisó Nunca Jamás —explicó, y en este punto se acercó a ella y le tocó la cara hundida con un dedo.
            Todos los observaban absortos. Los niños, las hadas, los animales, los árboles. Algunas flores abrieron más los pétalos para no perder detalle.
            —Pero creciste, Wendy… —Ahora el que lloraba era él. —Te dije que volvería a por ti, ¿sabes? ¿Y sabes qué? Volví, Wendy, volví a la maldita Londres.
            —Chist… lo sé —susurró ella.
            —Pero tú ya… —Peter se puso de puntillas para hablarle a los ojos —tú eras una mujer. Ya no sabías, no querías volar.
            —Todos queremos volar, Peter. Todos.
            —¡Me dejaste solo! —estalló él, y toda la isla lloró.
            —Siento mucho no haber vuelto, Peter Pan. Me llegó la hora de crecer, eso es todo.
            —Pudimos ser grandes.
            —Los más grandes —acordó ella. —Lo fuimos, Peter Pan.
            Ella sonrió con dulzura, pero ya era tarde. Estaba descompuesta, estaba muerta, y aunque en Nunca Jamás no se crece, los muertos no crecen. Ya están muertos.
            —Me tengo que ir, ya para siempre.
            Todo el séquito acompañó a Wendy hasta el desierto, y cuando se disponía a entrar en esa caja horrible de madera podrida Peter la tomó de la mano y le dijo: Ven conmigo.
            Todos les siguieron. Fue maravilloso: Wendy voló por última vez hasta el Cementerio de Elefantes, cerca de las minas de Nunca Jamás. Peter posó a Wendy en el suelo con delicadeza y le dijo que esperara. Ella se sentó en una piedra a esperar, y entonces volvió a sentir el crujir del estómago. Pero ella no tenía hambre… Se levantó el vestido, se estiró y su vientre se rompió. Literalmente, la carne se abrió por el ombligo y empezaron a salir ratones de dentro.
            —Así que era esto —dijo Wendy con tristeza, y observó a los ratones perderse por sus piernas. —Un nido de ratones…
            Al poco empezaron a llegar las hadas y los niños, muy sudorosos tras cruzar el desierto.
            —¿Y te ha dejado aquí? —preguntó un tal Presuntuoso.
            —Esperaré —dijo ella, y todos se sentaron en corro. Sándalo no dejaba de hacer pedorretas, y los niños de bostezar, pues recordad que era plena noche. Así, Wendy les contó todos los cuentos que conocía, aquellos que les contaba a sus hermanos Michael y John. Estaba contando una historia aterradora sobre un cocodrilo que llevaba dentro un reloj cuando llegó Peter. No estaba solo.
            —Me ha costado encontrarla y despertarla —dijo él.
            Wendy no lloró porque sus ojos estaban secos, pero a punto estuvo de desmayarse cuando vio a la pequeña Jane en su camisón.
            —Está un poco muerta, pero algo es algo —explicó el niño.
            Así estaba la pobre Jane. Esquelética, con gusanos por todas partes, las costillas clavadas en el camisón, los huesos podridos… pero nada de eso le importó a Wendy, como a las madres no les da asco de nuestros mocos, ni de la caca de los bebés (es parte de su magia: son las únicas capaces de soportar ese olor), ni les da miedo de nuestras heridas ni de beber de nuestro vaso. Wendy cogió a Jane en brazos y la apretó tanto que se le descolgó un brazo.
            —¡Mamá! ¡El brazo!
            —Jane, mi Jane… hija mía, ¿cómo estás?
            —Muerta.
            —Yo también, Jane, pero eso está bien. Estamos juntas.
            Los niños aplaudieron a los dos cadáveres andantes como si fuera lo más normal del mundo.
            —Creía que no te iba a volver a ver nunca —dijo Jane. —Jane, cuando desapareciste yo… bueno, siempre creí que había sido Peter Pan, pero me quedó la duda. No sabes lo terrible que es para una madre no saber qué fue de su hija.
            —No me acuerdo —replicó Jane. —No me acuerdo de nada, nada. De papá ni de su cara, de los abuelos, del perro, ¿teníamos perro? De ti sí me acuerdo.
            —Porque me trajo Peter aquí, pero es mejor que no recuerdes nada.
            Jane se desvaneció por un momento entre los brazos de su madre y Peter se abrió paso entre la multitud.
            —¡Ya está bien! Se acabó el circo, es hora de despedirse.
            Jane volvió en sí, pero estaba muy pálida; Wendy también se empezaba a sentir mal. Un último ratón saltó de su ombligo.
            Peter apartó unos helechos y destapó un agujero inmenso en la tierra.
            —¡Niños, todos a dormir! ¡Hadas, no seáis tan pesadas! De vuelta a vuestro sitio.
            Todos los niños abrazaron a Wendy y le dieron las buenas noches, y las hadas le besaron las mejillas y le dejaron la cara brillante, como cubierta de purpurina. Cuando se quedaron los tres solos, Wendy habló con Peter:
            —¿Por qué haces esto, Peter?
            —Porque he sido malo. Algunos días me despiertan las pesadillas, Wendy. Y me acuerdo de cosas que ni siquiera he hecho, y es como si viera a alguien que se me parece mucho hacerlas. Y yo no quiero ser malo, Wendy.
            —Tú no sabes ser malo —bromeó ella.
            Jane observaba asombrada lo bien que se llevaban Peter Pan y su madre, tal y como siempre le había contado… aunque no se acordaba muy bien.
            —Buenas noches, Jane —dijo Peter, y le tendió la mano.
            Jane lo besó en la mejilla y sonrió en silencio.
            —Buenas noches, Wendy —dijo el niño, y volvió a tender la mano, pero ella tiró con fuerza.
            —Buenas noches, Peter Pan —dijo, y le plantó un besito en los labios. Para el que no conozca el tema, Wendy Darling había nacido con un beso en la mejilla. Ese beso habría de ser para Peter, claro está.
            —Un dedal —articuló él en silencio, y el recuerdo, la memoria por estímulos, Proust y Freud y demás historias, hicieron que se sintiera un poco mareado. —Podéis dormir aquí juntas.
            Les señaló el agujero en la tierra que todo, un detalle, había llenado forrado con césped verde y tierno. Madre e hija entraron, se abrazaron y se quedaron dormidas como dos amantes, una contra la otra. Peter arrastró entonces una losa blanca, de mármol, y la colocó justo encima. Oyó a los lobos y los coyotes lejos, pero le importó bien poco. Tomó una piedra afilada y se sentó sobre la tabla, pero oyó un zumbido y tuvo que levantarla por una esquina. Entonces salió volando un hada verde, que había aprovechado para dormirse un poquito sobre el césped, y se alejó abochornada. Peter aprovechó esos centímetros para mirar los rostros serenos de Jane Haggard y Wendy Darling, la Niña que lo Cambió Todo, y cerró para siempre.
            Esa noche, Peter Pan no durmió. La pasó entera tallando sobre el mármol: WENDY DARLING con su letra infantil. Cuando amaneció y el calor empezó a molestarle, Peter Pan abrió los ojos completamente desorientado. Miró la tumba con indiferencia e imitó el canto de un gallo:
            —¡Quiquiriquí!
            No recordaba nada. Sólo podía pensar en una cosa: cuando llegara la noche, volvería a Londres. Wendy Darling había dicho que sí, que le gustaría vivir con él en Nunca Jamás, y cumpliría su promesa. Vaya si la cumpliría.

           
           
En el límite del desierto, el chamán trataba sin éxito de despertar a Tigridia, pero la jefa seguía ida del todo, con los ojos en blanco y ese murmullo ininteligible. Le sostuvo las manos entre las suyas una luna, dos lunas, muchas lunas, pero habría de pasar todo un año hasta que Tigridia volviera en sí del coma. Nunca sabría si el esfuerzo había resultado.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La huida de las hadas

El sensible Desdentado
Peter llegó abatido a Nunca Jamás y buscó a todos sus amigos, a los niños, a la princesa india y a mí, y nos contó que Wendy había crecido, y todos estuvimos de acuerdo en que en la mirada de Peter había algo que hasta entonces nunca habíamos visto, como si en sus pupilas brillara el fuego.
         —Peter… —lo consoló Tigridia. —No pasa nada, tú no tienes que crecer… ya vendrá otra niña que quiera serlo para siempre.
         Y Campanilla le dijo algo bien distinto:
         —Te lo advertí, esa Wendy no podía traerte nada bueno, querido. Olvídate de ella, todas las mujeres son iguales cuando crecen, Peter, y todas crecerán y tú seguirás siendo el mismo. Olvídala, Peter, ¡olvida a la maldita Wendy!
         —¡Ssshhh! —dijo Peter.
         —Nunca Jamás es sólo para los niños. —Campanilla se negaba a ceder, así que repetía una y otra vez a su oído: Wendy ha crecido, Wendy ha crecido y tiene novio, Wendy te prometió ser siempre una niña.
         —¡Basta ya! —protestó Peter lleno de indignación. —A partir de ahora seré “desenamorable”.
         —Peter, ¿me perdonas? Peter…
         Uno de los Niños Perdidos cogió a Campanilla y la resguardó entre las manos como hacen los abuelos con los pajarillos. Entonces le sopló con cuidado y le dijo algo en voz baja.
         —¡Bonita, despierta!
         Campanilla abrió el ojo y lo miró de soslayo, con recelo. Seguía cruzada de brazos con cara de pocos amigos. No obstante, lloraba. Es curioso que apenas hiciera ruido, pues es de sobra conocido que cuando las hadas lloran lo hacen de la forma más lastimera y escandalosa posible. Por eso el Niño Perdido, que no era ni más ni menos que Desdentado, el más humilde y pacífico de los Niños Perdidos, se echó a llorar con ella. Y a éste le siguieron Vándalo, Rizos y Desdeñoso.
         —Campanilla, eso te pasa por hablar mal de Wendy —dijo Desdentado.
         Campanilla le hizo burla y escapó de entre sus manos. Entonces se posó en la nariz de Peter, quien bizqueó un momento, pero entonces se acordó de que seguía enfadado con el hada y cerró los ojos.
         —¡Vaya, se me ha pegado una mosca a la cara! —gritó, y agitó a Campanilla con las manos.
         —¡Peter, Peter! Ya basta… —dijo Campanilla, pero de repente se puso muy pálida, como si se apagara, y comenzó a descender en el aire.
         —Peter Pan, mira a Campanilla… Si no lo haces, desaparecerá —le recordó Desdeñoso con tono nervioso.
         —¡Préstale atención, Peter!
         —¡No, ni caso al hada! Es tan maleducada como las niñas —dijo otro.
         Peter sonrió, pues era bien cierto que las niñas eran terriblemente maleducadas. Ni siquiera sabían cumplir sus promesas. Los niños siempre se mantenían fieles a sus pactos de caballeros, pero ellas… ¡ellas nunca!
         —Campanilla se apaga, Peter —dijo Desdentado con lágrimas en los ojos. —Ella se bebió el veneno por ti.
         —¡Ella te salvó la vida! ¡Mírala, Peter Pan! —rugió Desdeñoso.
         Pero Peter se dio la vuelta y siguió su camino, como si nada. Por eso no oyó las últimas palabras del hada, que nadie llegó a comprender.
         —Peter, te ruego que me perdones. Nunca volveré a hablar así de Wendy, te lo prometo. Te quiero, Peter Pan… —exhaló, y fue como si esas últimas palabras se convirtieran en humo cuando se apagó.
         —¡Estarás contento! ¡La has matado, animal! —gritó Rizos.
Hada muerta -Imagen real
         Un Gemelo lo abofeteó, pero había logrado llamar la atención de Peter Pan. El valiente pelirrojo volvió sobre sus pasos, se agachó y tomó al hada entre sus manos tal y como había hecho Desdentado. Ya apenas brillaba. Lo había llenado todo de lágrimas que parecían purpurina.
         Al ver lo que había hecho, Peter gritó y varios Niños Perdidos se abalanzaron sobre él, y unos defendían a Peter y otros le odiaban por lo que acababa de hacer y por haber madurado. Desde entonces hay dos bandos de Niños Perdidos que llevan adelante una guerra entre sí. Peter Pan guardó las alas del hada en un saquito para estar siempre aprovisionado de polvo de hadas.
         Así es como murió Campanilla. Así es como comenzó la huida de las hadas.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Presentación: Bélmez de la Moraleda

La traición de Wendy ya se ha presentado en Antequera, Sevilla, Jaén y Granada. Ha llegado al fin el turno de traerla a casa, donde vio la luz una tarde de agosto o septiembre de hace tres años. No obstante, la primera vez que escribí sobre "la traición de Wendy" como hecho, como dolor, como puñalada certera fue hace cuatro años, al comienzo del blog, cuando era inocente y romántico y creía en el amor y en las historias atemporales. ¿Quién salva a Peter?, me preguntaba, y aún no sabía que la pregunta era: ¿quién salva a Jose? Y a Ruth, ¿quién?
Con el paso del tiempo (¡otra vez el tiempo, el crecimiento, envejecimiento!) encontramos respuesta a muchas de estas preguntas. Ahora que lo pienso, la piel que se arruga del Peter que creció es mucho más evocadora que toda la novela que escribí unos años después.

Qué ganitas de presentación. Esta tarde, a las 8, en el Parque del Nacimiento. Aunque me la joda la lluvia...

jueves, 1 de julio de 2010

La cueva de Jose


SPOILERS GORDOS

Vamos al capítulo 3 de la novela. A "Cien días". A la cueva. A mi cueva...
Escribir La traición de Wendy fue fácil. Venderla, también. Después de todo, bastaba con coger la historia original y reescribirla dándole un toque macabro-oscuro-terrorífico. Por tanto, los ingredientes ya estaban ahí: Peter, Nunca Jamás, indios, Campanilla, polvos mágicos, etc. Fácil. Pero no existía una cosa. No existía la cueva. La cueva es la locura y la primera certeza de que Peter Pan está loco. La cueva supera con creces el resto de lugares en la isla. ¿Por qué? Porque su terror no es del tipo de terror que te hiela el pulso, sino del que te incomoda porque es plausible. Después de todo, queríamos una historia honesta, ¿no? Y con toda probabilidad el capítulo se trata de un batiburrillo de lugares comunes y escenas grotescas de otras obras. De esto me he dado cuenta a posteriori: las uñas en las paredes de roca ya aparecían en El silencio de los corderos; la lengua negra por la sed, en El médico (Noah Gordon), y me da que para el resto de elementos no hay que investigar demasiado.
Los seres humanos hoy en día estamos tan tan TAN acostumbrados al horror que un pozo escupiendo cadáveres de niñas en descomposición puede que nos deje indiferentes. O las ratas corriendo entre los cuerpos, las calaveras que sirven de cuencos... Sin ir más lejos, la semana pasada nadaba en el mar cuando, a veinte metros de la orilla, vi algo flotando y resultó ser la piel entera de una berenjena. También vi un poco más tarde otra cosa flotando que resultó ser el lomo de... ¡espera, un rabo largo y patitas!... una puta rata muerta. En el agua, a un metro de mí, sí. Huí horrorizado, nadé como nunca. ¿Eso da miedo? ¿Una rata ahogada da miedo? No, da asco, da tanto asco que nos parece miedo. La cueva es una sucesión de asco y desesperanza. Las vidas de las niñas que se apagan lentamente, como la batería de un móvil olvidado en un cajón. Las apariciones de Peter Pan loco, sus amenazas, los berridos de Desdeñoso. Hay muchos ingredientes para darle forma al miedo: cosas tan elementales como la desnudez, como la escatología, el devenir de la materia que se descompone. Pero recordemos que siempre hay algo peor. Cuando me encontré la rata lo primero que hice fue nadar, y una vez en la orilla, cuando se me habían pasado las ganas de vomitar y el corazón me latía con ritmo reposado, en ese momento pensé, y disculpen la frivolidad: "Podía haber sido peor, podía haber sido un bebé".
¿Veis? Siempre cabe algo peor. Por eso cuando Ruth salió de la cueva me sentí muy perdido, tanto que volví a ese lugar, a ese infierno en varias ocasiones. Porque después de la locura no cabe más que cierta lucidez. O volver a la locura. Total, que cuento esto porque todo el mundo menciona el capítulo tres con especial énfasis, y me alegro porque puedo decir que la cueva es 100% mía: hay a quien le encantó el capítulo, a quien le horrorizó y hay quien tuvo que dejar la lectura a esa altura del libro (hechos probados),y en mi caso, amigos, he de decir que me fascina. Pero es mi culpa, ya que estoy curado de espanto y si eso ha salido de mi mente, cosas peores puedo crear. No me horroriza nada. A ese punto hemos llegado. Ahora bien, decidme que ese apartado en el capítulo dedicado a la escena de la muerte de Belle no valía la pena tras un subcapítulo de seis o siete páginas de infierno. Eso es un golpe de efecto. El pozo...
Ay, el pozo.

miércoles, 9 de junio de 2010

BSO de La traición de Wendy


He creado un recopilatorio musical de temas que me gustan y, naturalmente, asocio a la novela bien porque sean consecuentes con lo que cuento o por otras asociaciones absurdas. Para quien quiera escucharla, aquí va una lista de Spotify que a continuación describiré con elevadísimo riesgo de spoilers, de modo que si aún no has leído el libro, te recomiendo que no sigas...

1. Blood Red Bird -Giardini di Mirò: el tono extraño y oscuro de esta composición es ideal para el comienzo con la incertidumbre del preludio y los miedos infantiles ¿e infundados? de Ruth.

2. Si Peter Pan viniera -Ismael Serrano: era evidente. Anuncia la llegada del niño volador y nos ofrece una muestra de esa traición que encubrimos mediante crecimiento y olvido. El desencanto de los cuentos infantiles hechos realidad.

3. This Wind, Temptation -David Fonseca: el ritmo de la canción me hace idear a las niñas volando por el cielo de Londres, camino a Nunca Jamás, así como la tentación de las promesas que hace el niño. Un punto optimista antes de la barbarie.

4. Wild Horses -The Sundays: se trata de la cover de una canción de The Rolling Stones. Cuando no está disponible, me conformo con la versión que hace Alicia Keys en su Umplugged. Los caballos salvajes que trotan como potros desbocados en el pecho de Ruth ante las promesas de Peter y las primeras amenazas.

5. Close your eyes -Micah P. Hinson: cierra los ojos, Ruth, apriétalos bien fuerte si no quieres saber dónde te encuentras. La oscuridad. El miedo. Volver a ser una niña indefensa. Y la voz desgarrada de Hinson en su viaje al centro del gospel. No está en Spotify, pero sí aquí.

6. Faust Arp -Radiohead: antes de nada, me parece incomprensible que este tema atípico no aparezca en Spotify (como iba por libre de la discográfica, supongo que pasarían de colgar el disco In Rainbows). Total, es una canción tan atípica, tan extraña y con una atmósfera tan enfermiza como la que se respira en el sótano. La única alternativa, y sólo la acepto como mi canción preferida, sería Creep de la misma banda, que a su vez serviría para definir la percepción que tienen las chicas de Peter Pan.

7. Back to black -Amy Winehouse: ninguna canción del DISCAZO homónimo necesita justificación. Back to black es el infierno, los "cien días" encerradas, los muertos y toda la pesadilla cantada con el dolor del mundo en la voz de una mujer. Chapeau.

8. Te ofrecí -Tulsa: en cuanto Ruth sale del sótano, empezamos a entrever los motivos, la maldición de Peter. Te ofrecí representa los pactos de Nunca Jamás, de las sirenas a las hadas, pasando por los piratas o los indios. Y frases como ésta, "Me mordí la lengua para no gritar cuando me dijiste que no querías crecer mas", reflejan ese crecimiento que a posteriori se adivina incluso sexual.

9. Ya ves -Ismael Serrano: ya ves, a veces me canso de ser hombre y también me agota escuchar que todo va bien. Y no existir si no me miras tú... Peter Pan comienza a humanizarse ante nosotros y la historia tan especial que vivió con Wendy comienza a calar en todos. "Quieta ahí, tus labios o la vida". Da escalofríos...

10. Please, please, please let me get what I want -The Smiths: porque son los Smiths, carajo, y porque el niño ya está tocado y en su herida se vuelve caprichoso como todos los niños y exige que Wendy cumpla su promesa, que no crezca, maldita sea, Wendy, recuerda cómo se volaba. El hecho de que sea un tema de una banda tan mítica como The Smiths le aporta ese toque atemporal para emplazarla en el flashback.

11. It doesn't matter -Alison Krauss: naturalmente, el capítulo "Fue terrible aquel año" es el que lleva la voz cantante, ya que en él se cierran los hilos procedentes de Peter Pan y Wendy, y además entronca con la epopeya de Ruth. Aquí Peter se encuentra abatido y trata de averiguar cómo recuperar a Wendy. No importa lo que quiere, lo que necesita...

12. Hero -Regina Spektor: podría ser toda la canción las palabras de Campanilla a Peter. Viene a decir: "el pobre ni siquiera se lo vio venir". Peter Pan es el héroe de la historia, no necesita que lo salven...

13. Semilla en la tierra -Carlos Chaouen: Ésta ya es una canción desengañada que extrapola el amor a la muerte. Sentencias como "la vida se ríe porque para ella somos tan leves como el humo azul que del pudor se desprende". Esa vida que vive por compasión, esa dinámica de seguir por inercia, la maldición en la que ha entrado de lleno Peter. Ya está loco. No me pidas tanto, corazón...

14. Como tú me prefieras -Carlos Siles: una Ruth que ha crecido, un Peter que es un fantasma, un reflejo de lo que era (y yo que creía que tenía cara de muerto; será que tengo miedo), incluso una Eleanor que debe mentir para escapar de su pesadilla. Todos tienen miedo, nadie confía en nadie, tal vez los niños sean capaces de doblegarse, de convertirse en una mueca para salvar el pellejo. Dime sólo YO TE QUIERO y a mí ME GUSTAS ASÍ.

15. Suzanne -Nina Simone: Suzanne murió, era una redshirt cualquiera de la novela, pero nos deleitará con un momento grotesco en el que Peter canta esta canción "a pleno corazón".

16. Rumpus -Karen O and the Kids: suenan ritmos tribales y gritos de niños. Rugientes, indios y Niños Perdidos se enzarzan en una pelea, que si piratas por aquí, ahí está la casi inocencia. Sin duda, y a pesar de que las guerras tienen muchas bajas, de los temas más positivos de este recopilatorio.

17. Beyond here lies nothin' -Bob Dylan: creo que no puede haber mejor profeta de la muerte y el caos que papá Dylan con un tema tan pegadizo y a la vez oscuro como éste. La mina se viene abajo, sí... ¿y qué? Que trae muertes, muchas muertes. Bailaré sobre tu tumba, dice la amenaza. Y el eco de Poe...

18. Beautiful madness -Juniper: Juniper era la banda irlandesa de Damien Rice antes de que éste diera el salto por libre. Me fascina también el tono turbio y emotivo de la canción que puede representar la locura de los campos de batalla, ya sea junto al Cementero de Elefantes, la Ciudad de los Muertos o cualquier otro espacio físico o mental. Por eso de que en la muerte existe la belleza, la extraña atracción que sienten los adultos, la exploración del amigo muerto. El tema, cómo no, aquí. Y un homenaje a la tumba de Wendy.
Your beautiful madness
My beautiful grief
Your dreams are my torture
Your dreams my relief


19. Destructores -Luis Arronte: otro 'de Granada' que bien baila, imposible de encontrar en Internet o en la vida real. "Destructores" hace referencia a las víctimas de la catástrofe en las minas, esos destructores hechos trizas. "Salva lo que puedas, que la casa se quema" ¿A alguien le suena de algo?

20. Trouble -Ray Lamontagne: Problemas por todas partes: que si pájaros gigantes, que si la Otra Ruth... y Nunca Jamás al borde del abismo. Qué mejor que el personalísimo folk de Lamontagne para afrontar el tramo final de la novela.

21. Say it to me now -Glen Hansard: un tema tan honesto, tan de confesión, de poner las cosas en su sitio como éste es el que servirá a Ruth para afrontarse a Peter y lograr acabar con la pesadilla. Venga, bonito, if you have something to say, you better say it now...

22. Elephants -Rachael Yamagata: supone el regreso al Cementerio de Elefantes (la de historias que guarda ese lugar, algún día contaré una de las que descarté) y también el love theme entre Kate y Avaricioso. Es la canción que sonaría en el momento de la despedida, ya sabéis...

23. Breathe me -Sia: "¡Intenta no respirar!", le dice Kate a Avaricioso. Pero al final se dejan llevar cada uno a su destino, donde los protagonistas volverán a retomar sus vidas y a ser libres. Es el único tema que puede cerrar una historia tan dura. Hold me up, unfold me and breathe meee... Porque de vez en cuando es preciso ser positivos.

Bonus track. Mira como tiemblo -Fede Comín y Elena Bugedo: una canción adicional para un epílogo innecesario que habla de imposibles. Una canción que eleva el tono optimista del final y refuerza el mensaje feminista con versos como: "yo, que besé a Peter Pan en el balcón. Yo que no soy sexy débil y juro por Dios que tampoco costilla". Y el homenaje a Buenos Aires, ya que Fede Comín es argentino. Y acaba todo en un beso.

viernes, 12 de marzo de 2010

Lo que le pasó a Peter...


Lo único que hemos aprendido todos es el daño que puede provocar la decisión de una sola niña aparentemente inofensiva.

In memoriam -Susanne