No hablaré de zombies, fantasmas y otras falacias. Voy a hablar de libros. De sus cortas vidas, de su tristeza. Hay en el mundo miles de millones de libros que no tenían que haber nacido. Libros que alguien compró, leyó y dejó en un estante, y ahí están. Libros que ni siquiera leyeron y están en su estanque. Libros maquetados para decorar estanterías, a cuyos secretos y tesoros permanecerán ajenos sus dueños. Mientras tanto, hay en el mundo miles de millones de personas que no saben o no tienen la ocasión de poseer un libro.
Siento fascinación por las bibliotecas. Esos templos de papel llenos de libros aventureros, vividos, sufridos. Libros que la gente ha leído y releído, que han acompañado a gente a viajes maravillosos. Yo los he llevado por compañeros de viaje a Swansea, a Budapest, a Bristol…a todas partes. He leído libros enteros en trenes y aviones. Les he devuelto la vida, los he impregnado de olores y manchas. Porque estoy de acuerdo en que los libros nuevos huelen bien a papel y cloro, a tinta… menuda fragancia. Pero los libros de las bibliotecas son especiales. Esos, y los de las tiendas de intercambio. Ayer mismo descubrí una en Granada y no olía asépticamente como las cadenas de librerías y los grandes almacenes. Ahí olía a libros que habían sudado, guardado polvo, viajado más que yo, libros que habían desgarrado el pecho de personas a las que nunca veré, libros que han conocido a gente que ya murió hace tiempo… es maravilloso.
Muchos de esos libros, además, están manuscritos. Y doblados, y rotos, y sucios… Desde luego, no seré yo quien afirme que eso está mal. Me gusta a veces encontrar libros en la biblioteca que tienen notas de otros lectores, e incluso impresiones al comienzo o al final. Yo también lo hago si un libro me marca. Lo hice con Matar un ruiseñor y El guardián entre el centeno, por ejemplo. Escribí algo en ellos, reforcé algunas de las notas y corregí ciertos comentarios. En un acto de vanidad sin precedentes, vi el ejemplar de La traición de Wendy que hay en la Biblioteca de Granada y lo cogí para comprobar si alguien lo había leído. No recordaba que en las bibliotecas de la ciudad ya no se estila la fichita con todos los lectores en primera página, pues ahora todo se ha automatizado (menudo aburrimiento, qué poco romántico). No obstante, cuál fue mi sorpresa al encontrar marcas de lápiz en la nota aclaratoria del comienzo. Al principio me indigné, pues pensé que esas líneas eran comas donde yo había puesto puntos (sé muy bien que en ocasiones abuso de las frases lapidarias y cortas). Así pues, eché un vistazo por encima para verificar si había más escritos. No encontré nada hasta la última página, donde en la esquinita superior izquierda alguien había escrito una serie de números. No hay que ser ningún Einstein para saber que los números remitían a las páginas del libro, y en todas esas páginas encontré señaladas pequeñas citas que a alguien le habían parecido curiosas, o interesantes o imprescindibles, nunca lo sabré. Yo no creía en eso de las citas de los libros hasta que empecé a señalarlas. El resultado de la búsqueda en La traición de Wendy es el siguiente, página a página:
• 7: “Pero hay dos corrientes: la pesimista dice que si todo está hecho, para qué intentarlo; la optimista dice que todo es una copia, una compilación de cosas que ya existían.”
• 51: . “De algún modo se dio cuenta de que las lágrimas también se agotan con el abuso.”
• 123: “nunca os amilanéis delante de un hombre porque en las mujeres está la vida.”
• 164: “Alguien dijo que Dios no debería permitir que nadie muriera si no era en un día de lluvia, porque son los únicos lo suficientemente tristes para cargar con el peso de las muertes.”
• 188: “Las promesas, ésas son el único tipo. Si una promesa se cumple, es una promesa. Si no se cumple, no existe y por tanto no es nada. Las promesas se hacen para cumplirse. Si una promesa se cumple, es. Si no, no es promesa ni es nada.”
• 231: “A las personas que cuando de niños leen mucho sólo les quedan dos opciones en la vida: volverse locos o escritores, que es una forma camuflada de locura.”
Como veis, citas para todos los gustos. La cuestión no está en la improbable calidad de éstas, sino en el mismo hecho de que existan, de que alguien se haya tomado la molestia de hacer de la novela una parte de sí misma, un apéndice que le devuelve la vida a un libro que, de no ser por sus lectores, estaría abocado a tragar polvo por los siglos de los siglos, y no hay cosa más triste que un libro en toda su capacidad al que tratan de inútil.
Por eso desde aquí os animo a que compartáis vuestros libros, los prestéis a amigos, los regaléis una vez leídos (yo llevo dos años regalando para Navidad y cumpleaños mi monstruosa [en todos los sentidos] biblioteca con tal de darles una segunda vida a mis pequeños amigos de papel). Es tan fácil como eso, o ir de vez en cuando a la biblioteca, llenar la mochila de libros y llevarlos al parque, a casa, a clase… en definitiva, a que vean mundo.
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