Al final de Peter y Wendy, la niña le promete a Peter Pan que no crecerá, que será una niña para siempre.
Unos años más tarde conocemos a otra niña. Ruth Kenthon tiene 13 años, lee a todas horas y vive en Londres. Una noche la despierta la inesperada visita de un niño en busca de su sombra perdida. Ruth, su hermana Kate y Peter emprenden el viaje a Nunca Jamás, el lugar ideal para afrontar el miedo a crecer, al olvido, al amor y a la muerte. ¿Puede la promesa de una niña dictar el destino del País de Nunca Jamás? ¿Es verdad lo que cuenta Peter sobre la isla? ¿Quedan piratas por combatir e indios a quienes salvar? En la traición de Wendy se encuentra la clave de todas estas preguntas, pero como Wendy haya crecido no habrá vuelta atrás.
Una novela oscura que ofrece múltiples preguntas y respuestas, sorpresas, lágrimas y corazones encogidos.

lunes, 22 de marzo de 2010

Las piezas que a veces componen el cuadro


Cuanto más piensas en algo, más recovecos le encuentras, más perspectivas, más lecturas, más planos... Pensando en La traición de Wendy me he dado cuenta de varios detalles, muchos de ellos incluidos inconscientemente, que constituían consejos que nos dio el escritor Juan Madrid hace un año. Dijo que un buen personaje debe tener un pecado y una meta/misión. Con esas dos características debería funcionar. Bien, el pecado de Ruth es su ingenuidad y la culpa que se desprende de ella. Su meta, su fin es cuidar de su hermana y volver a casa antes de que sus padres sospechen, cuando no dejar de crecer. También nos dijo que en un relato debe existir un conflicto. El conflicto debe estar una vez bien desarrollado el libro. Si bien en La traición de Wendy se precipita, más adelante surgen nuevos conflictos. Ya os hablé de los distintos géneros de los que se compone la novela, pero había pasado por alto un género inclasificable, más bien la característica fundamental. Ruth, a lo largo de su periplo, tendrá que recomponer la historia, los años que transcurrieron desde que Peter acompañó a los hermanos Darling a Londres hasta que la propia niña llega a Nunca Jamás; después, será ella quien escriba la Historia. De este modo, Ruth se topa con diversos personajes y situaciones que la ayudan o dificultan más su meta, tal y como nos aconsejó también Juan Madrid. También sirve cada escalón para sumar una pieza al rompecabezas, para quitar una errónea y corregir con nuevos descubrimientos. El viaje iniciático de Ruth alcanza su culmen, desde mi punto de vista, en el centro de la novela, que es donde debe darse un acontecimiento imprescindible, y hacia el final. Claro que lo de los finales es algo muy personal: años de ver series de televisión me han llevado a la idea (probablemente errónea) de que al final de cada capítulo debe existir un golpe de efecto, un pequeño vuelco del corazón, y ya el final tiene que ser la leche. APOTEÓSICO. No sé hasta qué punto logro los objetivos que me marco, pero desde luego esto es aún más divertido con cada pequeño reto, con cada nimiedad de obstáculo. Eso es todo por hoy y os desvelo: lo siento, queridos, pero en mi novela no aparece el famoso cocodrilo.

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In memoriam -Susanne