
La traición de Wendy es, en el fondo, una historia de amor. La propuesta nace como tal, aunque derivó en una historia SOBRE el amor. Puestos a etiquetar, hay elementos de terror y drama, incluso cierto enfoque metaliterario (las referencias son evidentes). Terror porque era el único modo posible de narrar esta historia y otorgarle cierta verosimilitud. Dice Stephen King en su espléndido libro-ensayo sobre el terror Danza macabra que al abordar el género hay tres herramientas, tres caminos que van de mayor a menor sutilidad. En definitiva, el mensaje es: si no consigues dar miedo por las buenas, dando a intuir el terror, con buen hacer, recurre a las entrañas. Ya saben, tripas, sangre, uñas partidas… elementos próximos al gore y al macabrismo (menudo palabro) que al terror funcional, pavor, presentimiento. El drama, venía diciendo, era también evidente siendo mis fuentes culturales eminentemente dramáticas: siempre preferí Urgencias a Friends. Ya que estamos de quirófanos y matasanos, vamos a un terreno resbaladizo. Si la bondadosa e inevitable Peter Pan derivaba en el Síndrome de Peter Pan o peterpanismo, esa excusa a la que todo hombre se aferra para defender su falta de madurez, su indisciplina innata; si en Peter Pan ocurría esto, de La traición de Wendy se deriva otro síndrome no menos curioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario